La maestra se encontraba preparando su clase cuando entramos al salón de clases vacío a las 9:15 A.M. Había escrito un par de problemas matemáticos en el pizarrón. Habíamos llevado a un grupo de expertos de los Estados Unidos y nos encontrábamos en un tour oficial del centro de detención en Chihuahua, México. Comenzamos en el edificio escuela. Uno de los administradores nos explicó que hay clases todos los días de la semana, una clase por la mañana y otra por la tarde.
“¿Qué duración tienen las clases?” preguntamos.
“Dos horas cada una.”
“¿Cuántas veces a la semana atiende clase cada joven?”
Los oficiales intercambiaron miradas, “Dos veces por semana.” Pero, explicaron rápidamente, el curso estaba planeado como un curso autodidacta en el que los niños podrían continuar trabajando mientras se encontrasen en sus celdas. Cada vez que nos adentrábamos más en las preguntas, la imagen que pretendían presentarnos no cuadraba con la realidad de los niños en el centro de detención.
Al concluir el tour oficial solicitamos hablar con algunos de los niños detenidos que esperan sentencia. El centro de detención alberga a una mezcla de jóvenes en espera de sentencia y otros que se encuentran realizando tu condena, a veces hasta por 15 años, por crímenes más serios. Tres de las celdas son únicamente para los niños de nuevo ingreso. Pueden pasar días, semanas o meses en esas celdas antes de ser transferidos a las áreas con la población general dependiendo del espacio disponible. El primer muchacho al que vi fue uno muy alto de 17 años. Apenas y podíamos escucharlo debido al eco de las otras conversaciones que ocurrían en las celdas de cemento contiguas. Hablaba en balbuceo, con la mirada al suelo y a menudo parecía no entender nuestras preguntas.
Su nombre era Jose Luis. Había sido detenido durante dos meses y no sabía cuándo ocurriría su juicio. Inmediatamente pensé en el salón de clases vacío y le pregunté a Jose Luis cuántas veces a la semana asiste a clase. “Una vez por semana, durante dos horas” me contestó. De hecho, dos horas al día tiene permitido jugar futbol, asistir a clase o participar de alguna de las otras actividades. A la hora de la comida acude a la cafetería. El resto del día lo pasa en su celda. 20 horas al día. Cada día. Durante dos meses, hasta la fecha.
Investigaciones nos enseñan que los adolescentes que viven en reclusión solitaria o casi solitaria como en el caso de Jose Luis, quien pasa así 20 horas al día, certeramente sufrirán de depresión, ansiedad y psicosis. Cuando visitamos ese día al doctor del centro de detención nos aseguró que nunca han tenido un caso de intento de suicidio o de heridas auto infligidas de parte de ningún adolescente detenido en todo el tiempo que él ha trabajado ahí. Sin embargo pudimos observar cicatrices de cortadas en los brazos de algunos de los muchachos. Símbolos fehacientes de auto laceraciones.
Yo no conocí a Jose Luis antes de que fuera detenido. Su madre no se encontraba presente para que yo pudiera preguntarle cómo era él antes de venir aquí. Quizás era un chico impetuoso, extrovertido y alborotado. Quizás actuaba de manera temeraria. Quizás sus ojos aún brillaban. No lo sabré nunca porque ese no fue el Jose Luis que yo conocí ese día.